martes, 20 de noviembre de 2012


Ilesos



Sonreí confiado como quien es dueño de una pequeña felicidad. Súbitamente mis labios se encorvaron, mi frente se llenó de líneas y no pude contener el pánico: -¡Carajo! ¿Dónde se metió?
El colectivo 100 venía apacible por Cerrito y en un instante se escabulló, dobló, se esfumó por otra calle. Quedé desolado junto con  la incipiente mañana, la desnuda parada del colectivo y las hojas del árbol de lavanda que caían sobre mi cabeza. Subí el tono a mi nuevo insulto:
 -Colectivo de mierda ¿Y ahora cómo me vuelvo a casa?
Eran las cinco de la mañana, el país se preparaba para uno de los paros más importantes en los últimos años y el colectivo 100 quebraba mi tranquilidad, mi pachorra, la leve alegría de llegar a casa en tiempo y forma.

La noche previa vi las caras regordetas por tevé de los sindicalistas Luis Barrionuevo, Hugo Moyano y Gerónimo Venegas que garantizaban el éxito del paro -que comenzaba a las cero horas- cuyo apoyo incluía a los sectores de transporte, también a bancarios, escuelas, estaciones de servicio, subtes, trenes y salud. No me importó. Tenía mi coartada que, aunque sencilla, prometía eficacia: saldría antes del trabajo, el 100 llegaría como siempre a las 5:07 y estaría en Lanús cuarenta minutos después;  ahí ya no habría problemas podría por llegar a casa en colectivo, a pie o en remís. El periplo no debía dilatarse,  a las 7 estaba programado el corte en el puente Pueyrredón -arteria fundamental en la que a diario pasan miles de ciudadanos de Capital  a Provincia y viceversa.

Tozudo quise esperar el 100 a pesar de sus poco favorables antecedentes; el bus rojo con vivos color crema no era de las presas fáciles; de hecho el ramal 1 más de una vez me había obligado a alargar mi paciencia, llevarla hasta los límites de la lógica. Decidí buscar otro aliado, el subte; los portales de Internet informaron  la noche anterior que sólo la línea B se adhería y como yo necesitaba de la línea C...Bingo...llegaría a Constitución y de ahí el tren y de ahí la gloria -casa. Si bien las vías del ferrocarril Roca iban a ser cortadas en Avellaneda no imaginaba ese corte tan temprano. Crucé la avenida más ancha del mundo ávido de resolver de una vez por todas el enigma de cómo llegar a casa, el tiempo se agotaba 5 y 15 figuraba en  el celular; llegué a la boca del subte y todo fue desazón: estaba cerrada. Putié a los portales de internet de nuevo al 100 y en  mi mazo sólo quedaba una última carta: correr  hacia la Avenida Alem y esperar el 33 -presa más difícil, su frecuencia  los días hábiles es de, al menos,  20 minutos.

Quise desprenderme de todo pesimismo pero no pude, si el 33 tardaba demasiado en llegar -si es que en algún momento se dignaba a venir- no sólo no iba poder cruzar a Provincia sino que mi mañana estaría dedicada a  vagar somnoliento por la Ciudad. Putié de nuevo al 100, artífice en parte de todos estos contratiempos. El celular marcaba las 5 y 20; cada minuto era vital, transité a toda velocidad la Avenida Corrientes; como una molesta  imagen que se antepone ante mis ojos vi la marquesina de El Nacional cuya obra en cartelera era Casi Normales, en el frenesí y la prisa un cartel de un sonriente César "Banana" Pueyrredón se antepuso ante mi vista, parecía burlarse de mi desdicha. Al pasar por el Gran Rex un hombre tumbado boca abajo hacía de un rincón de la entrada del teatro su refugio que adornado con carteles con las figura de la cantante Valeria Linch coronaban una escena melodramática; el panorama no era alentador, la humedad, el hombre tumbado, Valeria Lynch pintarrajeada, César "Banana" Pueyrredón de algarabía, el 100, el Puente Pueyrredón: el paro.

Al llegar a la esquina de Corrientes y Maipú me detuve, di un salto, era la señal, la solución: divisé la parada del 45. Hacía años que no lo tomaba, lo recordaba como un verde y puntual colectivo, ahora más coqueto, le habían puesto aire acondicionado y bombitas rojas que remarcaban el cuatro y el cinco. ¿Tanta estética era proporcional a su puntualidad? Rogaba que lo fuera. En la parada dos muchachos resoplaban, tenían caras largas y temí lo peor: quien sabe desde hace cuánto lo esperaban; uno de ellos de remera blanca y mochila gris no toleró más la espera y se fue ligero por Corrientes. El otro de camiseta negra, fumando esperaba.
Una gota me golpeó la nariz, otra la boca y una tercera cayó firme junto a mi párpado izquierdo. -¿No me digas que llueve? me dije. Estaba tan desquiciado que en mi afán por encontrar un colectivo que me lleve a destino me había olvidado que el clima era ideal; el cielo era una capa bicolor  azul y negra; lo que me mojaba  no era lluvia, eran las gotas que chorreaban de los aires acondicionados del edificio de Telefónica; las recibí con aplomo, me acerqué a la vidriera del Centro de Atención al cliente y vi una gama muy mejorada de celulares, también propaganda de Movistar. Me distraía de forma absurda, como ido del hervidero en el que horas después se convertiría el país .

Continuaba la espera del 45. Ya no había regreso, si caminaba las tres cuadras hasta  Alem iba a correr el riesgo de perderlo todo: el 45 y el 33.
Las gotas no mermaban, caían ruidosas, era lo único que se escuchaba en la desolada madrugada porteña. Los taxis eran figuras esporádicas, los colectivos casi no aparecían.

En el horizonte una luz roja emergió de la nada. Podría ser el 45, achiné los ojos para quitar el contraste de la luz de color y quedarme con la silueta de los números. Los segundos eran eternos, no sabía si era el 45 o veía visiones, la tensión aumentaba, pensaba correr al encuentro pero antes del ridículo era mejor la paciencia.
Cuando por fin distinguí el 4 y 5 me atribuí una victoria que el 100 no supo (pudo) darme. Corrí al encuentro, el idilio no podía ser mejor, yo mojado, casi exhausto de impaciencia subía, decía uno setenta y cinco y me sentaba tranquilo para llegar a casa ileso. Eran las 5 y 29. El tiempo estaba de mi lado.

El colectivo agarró Maipú tan lento como un caracol; atravesó las callecitas angostas que estaban llenas de volantes que decían: "Nosotros los empelados de comercio nos adherimos". Maipú tenía más basura que gente en sus calles. El olor que desprendían sus baldosones era ácido, viejo, húmedo. Unos chicos salían de un boliche, las chicas con la ropa tan pegado al cuerpo y los muchachos con una mirada perdida bloqueaban la circulación del 45 que paciente seguía su ritmo tranquilo. Un semáforo en rojo, otro más, ahora el tercero... Desesperé pensando en que la victoria ya casi consumada se vería afectada si el colectivo seguía demorándose. Cada minuto contaba. Eran las 5:38. El 45 seguía avanzando muy lento. No era divertido, en poco tiempo más las fronteras hacia Provincia iban a ser cerradas y quien sabía cómo iba a poder alcanzar el otro lado de Buenos Aires.

Cada frenada, cada semáforo reverberaba como un suspiro, una herida; nosotros aquí en la indecisión de llegar o no a destino y los piqueteros tan aprestos acortar los puntos de acceso. Si los unos se adelantan a los otros es el cielo o el infierno.

Al lado mio se sentó un muchacho de campera roja cuyas  mangas le tapaban casi toda la mano, apenas se distinguían unos dedos flacos; tenía un teléfono viejísimo, alcanzo a leer que escribe que los colectivos demoraron bastante, que llega tarde. Mientras tanto  el 45 no se rinde, esta vez acelera por primera vez en la noche, estoy casi desbordado de alegría  por fin el viaje será sin interrupciones pero el rojo del semáforo indica que legalmente hay que detenerse. Lo  hace el 45, lo hacemos todos.
Me pregunto como estarán las cosas por el puente Pueyrredón. Twitter se rie de mi. Borré esa aplicación de mi celular hace tiempo, ahora la necesitaría para saber qué sucede, que fue de la vida de los futuros cortes, del candado que le van a poner a la Ciudad para que nadie (nada) salga o entre.

Llegamos a una de las zonas inexpugnables de la jornada: Plaza Constitución. La veo desguarnecida. El gigante todavía duerme, es un perro que no cuida bien su hueso y nosotros se lo robamos. En ochenta minutos este lugar será inaccesible, habrá banderas, ruidos, pancartas, insultos al gobierno, consignas de todo tipo. Habrá multitudes. El 45 viborea y encara por avenida Brasil, las dieciocho personas que están en el colectivo no hablan del paro; en ochenta minutos es probable que lo hagan.

Algunos pocos se bajan, el colectivero grita una obviedad: que la estación Constitución está cerrada -no hay ternes. Suben una veintena de personas, los espacios se achican y en pocos segundos se escuchan las palabras: "paro, no puede ser, gobierno, Cristina, trenes, siempre lo mismo y negros de mierda". Son las 5 y 47 y la corazonada es posible, llegaremos a Lanús. ¿Llegaremos? Cuanto más grande es la certeza mas arrecian las dudas.

Una mujer rubia que lleva la marca de los años en sus arrugas no deja de hablar de los cortes programados en el día, menciona que su marido le avisó los lugares conflictivos y que por eso es mejor hoy no ir a trabajar. Otra mujer vestida con ropa de limpieza le agradece a su compañera haberla acompañado, se siente engañada porque le dijeron que los trenes funcionaban y que mucho no sabe cómo viajar, su compañera le responde qué barbaridad y que le quisieron cobrar un remis a Longchamps 250 pesos. -Una locura, repiten ambas a coro y se miran, se sonríen, se consuelan.

Apoyo mi parietal en la ventana que está fría, mi cabeza repiquetea al son de los movimientos del colectivo. No me perturba. En la terraza de un hogar de la calle Osvaldo Cruz hay un muñeco vestido con ropa militar, lo observo, sonrío, pienso que si no fuera por tener mi culo sentado en el 45 y a pocos minutos de llegar a Lanús jamás me divertiría tal escena.

Llegamos al lugar prohibido: el Cruce Nuevo Puente Pueyrredón. No hay un alma cerca, lo penetramos de norte a sur, disfruto la hazaña.
En menos de una hora el lugar estará colmado de gente, de protestas, de conflicto. Ahora su brazo de fierro nos lleva del otro lado de la Ciudad; el 45 no deja de darme alegrías esta mañana de martes, ahora elude un pozo aumenta la velocidad -el sabor dulce de haber cruzado el puente sigue por inercia en mi corazón. Me pongo a pensar en las cosas más cotidianas del mundo, qué habrá para acompañar el café, si esos panes con roquefort que vende la panadería de la esquina de casa ya estarán listos.
Hay más del verdoso colectivo: agarra Av. Rivadavia  mientras tanto la palabra trenes, subtes, colectivo se repiten cincuenta veces en el ya repleto colectivo. Poco importa: cruzamos el puente.

Luego de varios minutos la proeza está consumada, el 45 acelera y deja atrás a un gol blanco, se pone a la par de un fiat duna rojo y disminuye la velocidad hasta llegar a la estación Lanús. El colectivo quedó desierto: bajan 23 pasajeros, todos con cara de dormidos y una agradable sensación por haber, hoy 20 de noviembre, llegado a casa. Hay miles, que no saldrán tan ilesos.